1.- Señor, dame de esa agua: así no tendré más sed. San Juan, tratando de darnos a entender el valor del agua bautismal y, consecuentemente, el valor del agua de la vida que es Cristo, nos ha escrito esta bellísima página del encuentro de Jesús con una mujer samaritana. Jesús ya estaba allí, junto al manantial de Jacob, cuando llegó la mujer de Samaría. Jesús la estaba esperando. El relato de San Juan lo conocemos perfectamente, lo que yo quiero recalcar ahora es la prontitud y avidez de la samaritana en darse cuenta de que en aquel hombre que tenía delante había un algo especial que no había encontrado en los hombres anteriores con los que ella había tratado. Ella no había sido afortunada en sus relaciones con los hombres y no tenía motivos para fiarse de ellos. Pero este era especial, su corazón le dijo inmediatamente que de este sí podía fiarse; este era un profeta de verdad. Y le entró una sed inmensa de saciarse del agua que este profeta le ofrecía. Hasta ahora, la pobre samaritana había querido saciar su sed de amor y de confianza en otros hombres. Pero, una y otra vez, estos la habían defraudado; en lugar de saciar su sed, su sed había aumentado hasta sentirse ella seca y exhausta. Ante la presencia de Jesús de Nazaret, esta mujer sintió que toda el agua que ella había bebido hasta entonces había sido un agua que nunca podría apagar su sed. El agua que este profeta judío le ofrecía ahora era un agua distinta, era el agua de la vida. Y con toda su alma, le pidió al profeta que le diera de esa agua, un agua que se convirtiera en ella en un surtidor que saltara hasta la vida eterna. Será bueno que, en este domingo, cada uno de nosotros examinemos los manantiales de agua en los que pretendemos cada día saciar nuestra sed: ¿salud corporal?, ¿dinero?, ¿éxito?... ¿Tenemos verdadera sed del agua de la vida, que cada día nos ofrece Cristo?
2.- Los que quieran dar culto verdadero adorarán al padre en espíritu y en verdad, porque el Padre desea que le den culto así. La samaritana era creyente y creía en el mismo Dios que los judíos: en Yahvé. Pero los samaritanos adoraban a Yahvé en el templo que habían construido sobre el monte Garizín, mientras que los judíos adoraban a Yahvé en el templo de Jerusalén. La samaritana quiere que el profeta le diga dónde se debe adorar a Dios y la respuesta de Jesús es iluminadora: da igual adorar a Dios en un monte o en otro, lo importante es adorarle en espíritu y en verdad. A eso ha venido él al mundo, a enseñarnos el verdadero camino para adorar al Padre. Él es el camino, él es la verdad, él es el Espíritu en el que debemos adorar al Padre. Todos los que adoren al Padre en espíritu y en verdad adoran al verdadero Dios La samaritana quedó totalmente convencida de que este hombre era realmente el profeta de Dios, el Mesías, el Cristo. Y fue rápidamente a decírselo a sus paisanos, los samaritanos. La fe de la samaritana fue una fe contagiosa, evangelizadora. ¿Es así nuestra fe?
3.- La esperanza no defrauda, porque el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones con el Espíritu Santo que se nos ha dado. Los que tienen el amor de Dios en su corazón, los que viven siendo realmente templos del Espíritu, no pierden nunca la esperanza en Dios, a pesar de las muchas pruebas y dificultades que les ponga la vida. San Pablo lo sabía por propia experiencia: le habían atacado por todas las partes, pero nunca habían derribado su esperanza interior, porque vivía animado interiormente por el Espíritu de Cristo, porque su esperanza estaba en Cristo y Cristo le había dado pruebas suficientes de que le amaba. San Pablo, como la samaritana, había sido deslumbrado por la verdad de Cristo y, desde aquél mismo momento, se había convertido en apóstol del Resucitado ante todos los pueblos. Si nuestra fe y nuestra esperanza están fundadas en el amor y en el Espíritu de Cristo, nunca nos defraudarán.
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