sábado, 4 de junio de 2011

HOMILIA DEL DOMINGO: AHORA NOS TOCA A NOSOTROS

1.- ¿Que hacéis mirando al cielo? La "ascensión" de Jesús al cielo significa que Jesús se ha liberado de las ataduras de este mundo y ha hecho posible, con su muerte y glorificación, que el mismo mundo y los hombres puedan liberarse, es decir ser hijos de Dios. Se va al Padre, para que nosotros vivamos con los hermanos. Se va y se queda para infundirnos su espíritu y enrolarnos en su causa. No es hora de andar con contemplaciones. Es la hora de salir a la plaza pública, de recorrer los caminos y las ciudades para dar a todos la Gran Noticia. La oración y la contemplación, indispensables en la vida cristiana, sólo tienen sentido como alimento de la fe, para que nuestras obras sean las obras de la fe, y no la de los intereses o conveniencias. Creer en la ascensión de Jesús no es quedarse con la boca abierta y los brazos cruzados. Es entrar en acción, es hacerse cargo de la misión recibida, es poner a trabajar la esperanza hasta que el Señor vuelva y se manifieste la gloria de los hijos de Dios. Si le seguimos con la cruz a cuestas llegaremos a la gloria: por la cruz a la luz.
2.- “Espíritu de sabiduría y revelación". En la segunda lectura de hoy, San Pablo pide para los fieles de Éfeso "espíritu de sabiduría y revelación" para conocer la esperanza a la que hemos sido llamados, la herencia de la que somos hechos partícipes y el poder de Dios que se manifestó poderosamente en Cristo, en su Resurrección y Ascensión, y que actúa ahora en nosotros. El Padre es el principio del misterio de salvación y es también aquél de quien puede venirnos la inteligencia de ese misterio. Esperemos que la oración de San Pablo alcance también para nosotros la luz que necesitamos para comprender lo que hoy celebramos, para que nos ayude a comprender la gran esperanza, para que nos haga ver el poder de Dios que se manifiesta en Jesús.
3.- Jesús nos encomienda una misión: “ID y haced discípulos”. La Iglesia vive para evangelizar. La gran tarea que surge con la ascensión del Señor es la de ir al mundo y hacer discípulos. Ese es el encargo que recoge Mateo. Y es también el que transmite el Libro de los Hechos describiendo la ascensión, para centrarse enteramente después en la predicación de Pedro, Pablo y los apóstoles. El mundo es nuestra responsabilidad y los hombres son nuestros interlocutores. La Iglesia no es un círculo de creyentes, sino un movimiento de acercamiento a todos para que puedan creer. Lo importante de la Iglesia no es ella, sino Jesús, y la misión confiada por Jesús. Y esa misión es evangelizadora, animadora, motivadora. Frente a tanta mala noticia, el hombre necesita más que nunca la Buena Noticia. No se trata de censurar a los otros, ni de condenar a nadie, sino de hacer posible y gozosa la salvación de todos, ayudando a todos a descubrir en el mundo y en la vida la huella de Dios. En la Iglesia y a través de ella podemos encauzar nuestras iniciativas y encontrar aliento en nuestros esfuerzos. Solos podemos hacer bien poco, pero como Iglesia y en la Iglesia podemos hacer muchísimo. La estructura y las organizaciones y movimientos eclesiales pueden y deben ser los vehículos que canalicen todos nuestros esfuerzos. No podemos hacer todos, todo; pero entre todos, con todos, podemos hacer todo lo que Jesús nos ha encomendado. Si estamos bautizados, ¿por qué no estamos dispuestos a realizar la tarea de la fe? ¿Por que no pasamos del rito al reto de la construcción del Reino?

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