Cada familia cristiana es una “comunidad de vida y de amor”
que recibe la misión “de custodiar, revelar y comunicar el amor, como reflejo
vivo y participación real del amor de Dios por la humanidad y del amor de
Cristo Señor por la Iglesia su esposa” (Juan Pablo II, “Familiaris Consortio”
n. 17). Es una comunidad que busca vivir según el Evangelio, que vibra con la
Iglesia, que reza, que ama.
Para vivir
el amor hace falta fundarlo todo en la experiencia de Cristo, en la vida de la
Iglesia, en la fe y la esperanza que nos sostienen como católicos.
En estas
líneas queremos reflexionar especialmente sobre la responsabilidad que tienen
los padres en el cultivo de la fe en la propia familia. No sólo respecto de los
hijos, sino como pareja, pueden ayudarse cada día a conocer, vivir y transmitir
la fe que madura en el amor y lleva a la esperanza.
Los hijos
también, conforme crecen, se convierten en protagonistas: pueden ayudar y
motivar a los padres y a los hermanos para ser cada día más fieles a sus
compromisos bautismales.
Entre los
muchos caminos que existen para cultivar la fe en familia, nos fijamos ahora en
tres: la oración en familia, el estudio de la doctrina católica, y la vida
según las enseñanzas de Cristo.
Muchas de
las ideas que siguen son simplemente sugerencias o pistas de trabajo. La
actitud de fondo que debe acompañarlas, el amor verdaderamente cristiano, da el
sentido adecuado a cada una de las acciones que se lleven a la práctica. Un
gesto realizado sin profundidad puede secar el alma, puede perder su eficacia.
Es posible, sin embargo, iniciar algunos actos sin comprenderlos del todo, pero
con el deseo de que nos conduzcan a una actitud profundamente evangélica, a un
modo de pensar y de vivir que corresponda plenamente con lo propio de nuestra
vocación cristiana.
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