martes, 18 de junio de 2013

La libertad del hombre

Dios ha querido dejar al hombre la propia decisión para busque a su Creador, y adhiriéndose libremente a éste, alcance la plena y bienaventurada perfección.
El hombre que Cristo ha libertado
El hombre vive en el mundo, pero es superior a todo lo que hay en el mundo. Todos, tanto creyentes como no creyentes, están de acuerdo en que todos los bienes de la Tierra se deben dirigir y ordenar en función del hombre.
Si se sigue la historia del pensamiento humano, se ve cómo se han elaborado muchísimas teorías para explicar lo que es el hombre. Unas veces se le exalta como regla absoluta de todo, siguiendo la tentación de nuestros primeros padres, que intentaron «ser como Dios». Otras veces se le ha hundido hasta la desesperación, considerándolo un animal, una máquina, algo inútil, algo absurdo.
Es cierto que se podría llegar a una solución equilibrada de lo que es el hombre, pero también en este punto Dios ha querido asegurar al hombre en la verdad: El hombre ha sido creado -a imagen y semejanza de Dios-. Esta -imagen» de Dios es superior a la de todos los demás seres del mundo, porque el hombre es espiritual y material a un tiempo.
La espiritualidad humana se concreta en que el hombre es inteligente y libre. Por su inteligencia el hombre participa de la luz de la inteligencia divina. La inteligencia es capaz de perfeccionarse y sólo lo consigue por la búsqueda y conquista de la verdad.
La libertad del hombre
La orientación del hombre hacia el bien sólo se logra con el uso de la libertad. «La libertad es una propiedad de 1a voluntad del hombre por la que éste puede elegir los medios para conseguir fines».
La libertad no es un fin sino un medio. Es libertad -para» algo. Es como la vista en la que lo importante no es «ver» sino «ver algo». Si no se tuviese nada delante de los ojos, de poco serviría la vista. Por lo tanto, en la libertad se distinguen dos facetas: Un poder del hombre y una conquista del hombre al alcanzar lo bueno.
Libertad quiere decir que el hombre no está obligado a elegir de una manera automática o determinada unos bienes en lugar de otros. Se diferencia de los animales en que, ante el bien concreto, puede elegir o no elegir y, también, Puede. elegir éste o el otro.
La verdadera libertad es signo eminente de la imagen divina en el hombre. Dios ha querido dejar al hombre en manos de su propia decisión, para que así busque espontáneamente a su Creador, y adhiriéndose libremente a éste, alcance la plena y bienaventurada perfección.(GS, 17)
Interpretaciones erróneas de la libertad
Algunos han negado la existencia de la libertad. De entre éstos, hay quienes sostienen la doctrina de que todo, incluso en la vida humana, sucede según la fatalidad o el destino, frente a los cuales el hombre no puede hacer nada. Lutero y con él muchos de los protestantes afirman que el pecador no puede dejar de pecar, porque está corrompida su naturaleza y que sólo puede salvarse por un don de Dios, sin que valgan nada las obras que haga en orden a esa salvación.
Ha habido otros que afirman que el hombre podía salvarse con sus solas fuerzas naturales. Según éstos, la libertad no habría sido dañada por el pecado.
Otro error es el de los que sostienen que cualquier norma de conducta, mandamiento, etc. limita la libertad humana y que, por tanto, el hombre debe hacer lo que desee. Según esta doctrina, la libertad consistiría más en la independencia y autonomía que en la capacidad de elegir el bien.

Esto es falso porque cuando alguien escoge lo malo, por ejemplo suicidarse, no alcanza la libertad, sino que se esclaviza a su error, en este caso muere.
Libertad y gracia
Es cierto que Dios podría haber creado al hombre de tal modo que no pudiera pecar, ni, por tanto, rehusar la amistad que le ofrecía. Sin embargo, Dios quiso conseguir esa amistad por parte del hombre, corriendo un riesgo, para que el mérito fuera mayor. Como dice Santo Tomás: «El don recibido, pero no merecido, hubiera sido eternamente menos hermoso».
Esta doctrina muestra la hondura de la libertad humana, capaz de una alta meta, aunque también de un gran hundimiento. No en vano se llama al pecado «misterio de iniquidad»; también la libertad humana en su dimensión más profunda es un misterio.
La gracia de Dios se introduce tan íntima y delicadamente en el alma humana que siendo las obras humanas plenamente humanas, cuando el hombre está en gracia de Dios merece, por su cooperación a ella, la salvación eterna. Aunque la salvación y, por lo tanto, el fin último sólo puede conseguirlo el hombre con el don de la gracia, es necesaria la colaboración libre del hombre. Además, también es perfeccionada la libertad humana por la gracia.
Por la gracia de El que los excita y ayuda a convertirse, se dispongan (los pecadores) a su propia justificación asintiendo y cooperando libremente a la misma gracia» (Concilio -de Trento).
El Concilio Vaticano II resalta la dignidad humana, que requiere el ejercicio de la libertad: -El hombre logra esta dignidad cuando, liberado de las pasiones, tiende a su fin con la libre elección del bien»; añade: -que la libertad humana, herida por el pecado, ha de apoyarse necesariamente en la gracia de Dios» (GS, 17).

El Concilio de Trento ya dijo que aunque «de ningún modo quedó extinguido el libre albedrío» éste quedó «atenuado en sus fuerzas e inclinado al mal».

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