Nuestro mundo, se mire por donde se mire, está instalado en un agobio permanente. Tiene problemas y no siempre sabe cuáles son y cómo hacerles frente. Se soluciona hoy uno y, a la vuelta de la esquina, surge otro más grave. ¿Qué hacer? ¿Por dónde tirar? ¿Hacia dónde ir si no se sabe muy bien de la mano de quién ir?
1.- A una con la crisis material tan brutal que estamos padeciendo (por lo menos aquí en España) algunas estadísticas muestran un interés de las personas por lo religioso, por el campo espiritual. Agobiadas por situaciones sociales, políticas, coyunturales o económicas, muchos hermanos nuestros ven de nuevo en la fe una válvula de oxígeno (no de escape) para seguir adelante. Agobiada nuestra sociedad por mil y una inquietudes parece como si estuviéramos empujados a convivir siempre con ellos. Lo malo no es eso (siempre habrá obstáculos a nuestra dicha o felicidad) lo negativo es cuando, a los problemas que ya tenemos, añadimos otros de índole personal: proyectos inalcanzables, avaricia, deseo de riquezas, etc.
2.- A veces queremos añadir una hora más a nuestra vida y, resulta, que la que ya vivimos no la disfrutamos en toda su intensidad. Pretendemos un mejor puesto profesional y el que desarrollamos tal vez no lo ejercemos con diligencia. Añoramos un mañana mejor y, tal vez, no trabajamos lo suficiente para que el presente sea más justo, honrado o relajado.
Vivir volcados como cristianos no significa vivir preocupados, con caras largas y sin más horizonte que la angustia. Nuestra misión en medio del mundo está llamada y encaminada a ser luz (pero sin quemarnos) y a ser sal (pero sin pasarnos con el salero) sabiendo que, Dios, dirige nuestros pasos, vela nuestros sueños y que lejos de desentenderse de nosotros, más importantes que los pájaros o las mismas flores, sigue con interés nuestros pasos.
Ante tan buen Padre, la angustia, el desánimo o la desesperanza no tienen razón de ser. El Señor nos acompaña y, teniendo tan buen valedor, no hay que mirar con lentes negras al futuro sino más bien con las gafas nítidas de la fe y de la confianza en Dios.
3.- En muchas ocasiones, nuestra agenda personal o colectiva, está marcada por multitud de obligaciones. Tanto es así que, con razón alguien dijo aquello de “además de no ser dueños del tiempo, ahora resulta que no tenemos tiempo para lo esencial”. Es verdad. Cuando nos perdemos en aspectos secundarios o insistimos en diseñar una vida sin referencia a Dios, ocurre lo que ocurre; pesimismo, desasosiego, desesperanza y prisas. ¿Habrá que cruzarse de brazos? ¿Caer en los tentáculos de la pasividad? ¡Por supuesto que no! Dios nos quiere inmersos en el mundo, potenciando y brindando nuestros talentos, pero también sin caer en la tentación de que todo esté tan medido, tan asegurado, tan calculado y tan pensado….que nos lleve a vivir en un sin-vivir.
4.- El cristiano ha de pasar por el mundo ocupado y dinámico pero huyendo de caer en la preocupación y en la intranquilidad. Entre otras cosas porque, estas dos últimas, nos paralizan y nos desestabilizan. Y Dios, por si lo hemos olvidado, nos quiere felices….no amargados.
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