Aquella mañana un forastero venido de muy lejos caminaba por una playa hermosa y vacía del golfo de California. El sol brillaba con intensidad y le impedía ver claramente qué le esperaba más adelante. Por momentos se detenía a descansar, miraba las conchas y estrellas marinas que la marea había dejado en la playa. Al verlas pensaba: “Soy como ellas, aventadas así nada más en la arena. Mi corazón está triste. ¿Qué haré para remediarlo?”. Pero la única respuesta que obtenía era el ruido constante de las olas.
Al llegar a un punto donde comenzaba a formarse una bahía, vio a lo lejos una figura humana que se inclinaba y recuperaba la posición erguida. Una y otra vez recogía algo de la arena y con el impulso de su brazo lo lanzaba al mar. “De seguro son botellas, o basura” se dijo el viajero mientras se iba acercando.
Pasos más adelante notó que se trataba de un joven indígena, de complexión atlética, vestido sólo con pantalones de manta. Se aproximó todavía más y de repente estuvo a unos metros del muchacho. Éste detuvo su incansable tarea por un instante, lo miró atento a los ojos y le sonrió mostrando sus blanquísimos dientes.
—Hola güero —lo saludó.
—Hola. Vengo desde allá —el viajero señaló el comienzo de la bahía— y me llamó la atención ver que estés echando tanta basura al mar.
Al llegar a un punto donde comenzaba a formarse una bahía, vio a lo lejos una figura humana que se inclinaba y recuperaba la posición erguida. Una y otra vez recogía algo de la arena y con el impulso de su brazo lo lanzaba al mar. “De seguro son botellas, o basura” se dijo el viajero mientras se iba acercando.
Pasos más adelante notó que se trataba de un joven indígena, de complexión atlética, vestido sólo con pantalones de manta. Se aproximó todavía más y de repente estuvo a unos metros del muchacho. Éste detuvo su incansable tarea por un instante, lo miró atento a los ojos y le sonrió mostrando sus blanquísimos dientes.
—Hola güero —lo saludó.
—Hola. Vengo desde allá —el viajero señaló el comienzo de la bahía— y me llamó la atención ver que estés echando tanta basura al mar.
—No es basura, mi buen. Son estrellas —explicó el indígena y le mostró una estrella de mar que llevaba en la mano.
—¿Y para qué lo haces? —preguntó el forastero.
—Cuando la marea baja, el mar deja hartas destas en la arena. Si se quedan fuera del agua se mueren. Yo las echo de vuelta para que sigan viviendo.
El viajero lo miró con aire burlón y le comentó:
—¿Pero apoco crees que vale la pena? En esta playa hay cientos de estrellas. ¡Y en las playas del mundo hay millones más! Aparte de todo, cuando vuelva a bajar la marea, las echará otra vez para acá. ¿Te das cuenta que si regresas una al agua la historia de las estrellas no cambia para siempre?
El joven indígena pensó un instante, entornó con gracia los ojos y le respondió:
—Por lo menos ahorita sí cambia la historia de la que traigo en la mano. ¿Por qué no te atreves a regresarla tú al agua? —Le propuso mientras le ofrecía la estrella.
El viajero lo dudó un momento. Finalmente, con mano temblorosa, la tomó y se decidió a hacerlo. A él mismo le sorprendió que su brazo tuviera tanta fuerza para hacerla llegar así de lejos. Él y el joven indígena estuvieron en la playa hasta que se puso el sol, devolviendo una y otra estrella a las aguas profundas del mar que en un solo día fue azul, anaranjado, negro y plateado con el reflejo de la luna.
Cuando se despidieron para siempre, el caminante siguió su ruta. Paso a paso sintió que la esperanza regresaba a sus días.
—¿Y para qué lo haces? —preguntó el forastero.
—Cuando la marea baja, el mar deja hartas destas en la arena. Si se quedan fuera del agua se mueren. Yo las echo de vuelta para que sigan viviendo.
El viajero lo miró con aire burlón y le comentó:
—¿Pero apoco crees que vale la pena? En esta playa hay cientos de estrellas. ¡Y en las playas del mundo hay millones más! Aparte de todo, cuando vuelva a bajar la marea, las echará otra vez para acá. ¿Te das cuenta que si regresas una al agua la historia de las estrellas no cambia para siempre?
El joven indígena pensó un instante, entornó con gracia los ojos y le respondió:
—Por lo menos ahorita sí cambia la historia de la que traigo en la mano. ¿Por qué no te atreves a regresarla tú al agua? —Le propuso mientras le ofrecía la estrella.
El viajero lo dudó un momento. Finalmente, con mano temblorosa, la tomó y se decidió a hacerlo. A él mismo le sorprendió que su brazo tuviera tanta fuerza para hacerla llegar así de lejos. Él y el joven indígena estuvieron en la playa hasta que se puso el sol, devolviendo una y otra estrella a las aguas profundas del mar que en un solo día fue azul, anaranjado, negro y plateado con el reflejo de la luna.
Cuando se despidieron para siempre, el caminante siguió su ruta. Paso a paso sintió que la esperanza regresaba a sus días.
No hay comentarios:
Publicar un comentario