domingo, 7 de noviembre de 2010

Reflexión del Evangelio del Domingo


Por José María Maruri, SJ

1.- Lo saduceos, que no creían en la resurrección de los muertos, se sacan de la manga este ejemplo de una viuda con pluriempleo de viuda, como nosotros creemos a medias en la resurrección hacemos bromas del lío que será el día de la resurrección el saber de quien será el riñón transplantado o, peor aún, el corazón que no hay más que uno.
No consta que estos saduceos, en lugar de creer en la resurrección creyeran en los fantasmas, que es lo que el otro día me dijo una chica de 19 años, a quien el novio le ha quitado la fe. Y es que cuando se pierde el norte verdadero se caen en tonterías, porque a algo hay que agarrarse.
2.- San Pablo alejándose de la sencillez de la respuesta de Jesús, nos explica que los cuerpos resucitados serán cuerpos pneumáticos. Y a imaginaciones calenturientas como la mía nos traen a la memoria los anuncios de los neumáticos Michelín… ¿Y quien quería tener ese aspecto para toda la eternidad?
3.- Jesús, que sabe que vivimos más de la imaginación que de la cabeza, no quiere meterse en el como será, sino simplemente en que la resurrección es una realidad fundamentada nada menos que en la misma veracidad de Dios. Dios es Dios de vivos no de muertos. Y, por tanto, si ha hecho un pacto con Abrahán, Isaac y Jacob, lo ha hecho con seres vivos y que a pesar de la muerte van a seguir siendo ellos mismos.
En la Misa se nos habla del Nuevo y Eterno Testamento. Es decir, la promesa eterna de Dios con nosotros. Si hay promesa, compromiso eterno con nosotros, nosotros tenemos que ser eternos (de la manera que sea) el mismo que soy ahora. Ese ser humano que nació y vivió en tales circunstancias, en tal familia, con tales amigos, con un rostro inconfundible, ese ser humano que soy seguirá siendo para siempre.
4.- Hemos hecho de la muerte un punto final, cuando no es más que el dintel de una puerta que une dos habitaciones
--que es lugar de “con-flu-en-cia” del río de mi vida terrena, que en el punto de mi muerte confunde sus aguas con el río de la vida imperecedera de Dios.
--que es la pálida luz de la aurora que se va a desplegar en el pleno día
--que, en realidad, no es el hombre que muere, son las cosas las que se le mueren al hombre. Se le acaban los éxitos, la salud, las facultades, los amigos, los familiares, pero queda debajo lo que el hombre siempre fue, brasas de su encina salida de la manos de Dios, todo lo demás es como ceniza que al soplo de Dios que llama se desprende y queda limpia, pura y brillante, esa brasa que toma Dios en sus manos divinas para hacerla brasa inmortal de vida eterna.
5.- No somos proyectiles de cañón que se deshacen en pedazos contra el muro de la muerte, somos naves espaciales que salidas de la lanzadera de las manos de Dios emprendemos un maravilloso viaje por el espacio de un Dios todo belleza, todo cariño, todo luz, todo paz llena de vida… no de la paz de los muertos, no paz holgazana de no hacer nada, no paz verdosa del agua estancada, no paz húmeda de cementerio, paz llena de energía de un Dios que sola su palabra hizo el universo.

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