viernes, 31 de diciembre de 2010

Oraccion de fin e inicio d año

Señor, Dios, dueño del tiempo y de la eternidad,
tuyo es el hoy y el mañana, el pasado y el futuro.
Al terminar este año quiero darte gracias
por todo aquello que recibí de TI.

Gracias por la vida y el amor, por las flores,
el aire y el sol, por la alegría y el dolor, por cuanto
fue posible y por lo que no pudo ser.
Te ofrezco cuanto hice en este año, el trabajo que
pude realizar y las cosas que pasaron por mis manos
y lo que con ellas pude construir.

Te presento a las personas que a lo largo de estos meses amé,
las amistades nuevas y los antiguos amores,
los más cercanos a mí y los que estén más lejos,
los que me dieron su mano y aquellos a los que pude ayudar,
con los que compartí la vida, el trabajo,
el dolor y la alegría.

Pero también, Señor hoy quiero pedirte perdón,
perdón por el tiempo perdido, por el dinero mal gastado,
por la palabra inútil y el amor desperdiciado.
Perdón por las obras vacías y por el trabajo mal hecho,
y perdón por vivir sin entusiasmo.

También por la oración que poco a poco fui aplazando
y que hasta ahora vengo a presentarte.
Por todos mis olvidos, descuidos y silencios
nuevamente te pido perdón.

En los próximos días iniciaremos un nuevo año
y detengo mi vida ante el nuevo calendario
aún sin estrenar y te presento estos días
que sólo TÚ sabes si llegaré a vivirlos.

Hoy te pido para mí y los míos la paz y la alegría,
la fuerza y la prudencia, la claridad y la sabiduría.

Quiero vivir cada día con optimismo y bondad
llevando a todas partes un corazón lleno
de comprensión y paz.

Cierra Tú mis oídos a toda falsedad y mis labios
a palabras mentirosas, egoístas, mordaces o hirientes.

Abre en cambio mi ser a todo lo que es bueno
que mi espíritu se llene sólo de bendiciones
y las derrame a mi paso.

Cólmame de bondad y de alegría para que,
cuantos conviven conmigo o se acerquen a mí
encuentren en mi vida un poquito de TI.

Danos un año feliz y enséñanos
a repartir felicidad . Amén

miércoles, 29 de diciembre de 2010

Año Nuevo: Poner últimas piedras





En este año nuevo, revisamos el valor que nos enseña la importancia de terminar lo que emprendemos.



Comenzar algo siempre nos llena de entusiasmo. Un nuevo trabajo, un nuevo proyecto, una nueva relación trae consigo esperanzas y expectativas. En realidad poner “la primera piedra” de un edificio es relativamente sencillo. Pero poner “la última piedra” no es tan fácil.

El poner la última piedra es un valor que nos enseña la importancia de terminar lo que emprendemos y no dejarlo a medias.

Cuando termina un año, se da un doble fenómeno: el de la alegría de comenzar un nuevo ciclo, pero en cierta forma también un poco la tristeza de ver que no terminamos todo lo que nos propusimos.

Poner la última piedra es la culminación que nos brinda paz y una conciencia serena. Quienes siempre emprenden pero nunca terminan acaban desanimándose y llegando a un conformismo mediocre que no es sano.

Para poner últimas piedras, debemos conocer nuestras capacidades y nuestros defectos. Pero nuestros proyectos siempre deben exigirnos un poco más de lo que podemos hacer. Todos los seres humanos tenemos limitaciones que vamos conociendo con el paso del tiempo. Un joven es mucho más soñador que un adulto. Los jóvenes con frecuencia se establecen metas demasiado altas, poco acordes a sus posibilidades reales. Por el contrario, a veces las personas mayores tienden a ser más pesimistas, pues se han dado cuenta de que la vida no es tan sencilla y que los sueños son difíciles de materializar.

Siempre conviene recordar el Episodio de las Bodas de Caná que nos narra San Juan en su Evangelio, cuando Nuestro Señor Jesucristo hizo su primer milagro: Convirtió el agua en vino, pero hay una nota muy importante que debemos resaltar: antes de convertir el agua en vino, pidió que se llenaran seis tinajas que tenían para las purificaciones de los judíos. El evangelista nos narra que “las llenaron hasta arriba”. Este pasaje debe recordarnos que el Señor podría haber creado el vino por un solo acto de Su voluntad, sin embargo quiso que los hombres llenaran las tinajas. Dios está dispuesto a ayudarnos, y hará lo que nosotros no podemos, pero cuenta con nuestro esfuerzo. Y nosotros debemos “llenar las tinajas hasta arriba”, no hasta la mitad, ni a tres cuartos de su capacidad, sino “hasta arriba”. Esto significa que cuando tengamos un proyecto, un trabajo, o pongamos una “primera piedra”, debemos hacer nuestro mejor esfuerzo, y confiar en que Dios suplirá lo que nosotros no podemos hacer.

Es fácil poner primeras piedras, pero no es tan fácil poner últimas piedras. Quien pone últimas piedras se convierte en un elemento fundamental en su familia, en el trabajo, en la comunidad, porque todo el mundo sabe lo difícil que es concluir una tarea y lo fácil que es empezarlas. El secreto de la última piedra está en que si nosotros hacemos nuestro mejor esfuerzo y se lo ofrecemos a Dios, él se encargará de ayudarnos a concluirlo.


Dentro de lo que nos corresponde a nosotros, para vivir el valor de poner últimas piedras podemos:


- Establecer una fecha clara para terminar un proyecto.

- Saber que todo cuanto emprendamos tarde o temprano tendrá obstáculos, y estar preparado para ello.

- Crear un calendario en el que establezcamos acciones concretas para terminar nuestros proyectos.

- Todo gran edificio está construido con partes más pequeñas. Debemos acostumbrarnos a hacer pequeñas acciones, pero muy constantes.

- No poner una sola “última piedra” sino muchísimas, que el culminar nuestras actividades o proyectos se convierta en un hábito, y no en una excepción.

Concluye un año y empieza otro. Y es el momento no solo de hacer propósitos, sino de hacer nuestro esfuerzo humano para “llenar las tinajas”, pero nunca olvidar que si realmente queremos poner la última piedra, debemos pedir la ayuda de Dios y él no nos la negará.

Pidámosle a la Santísima Virgen María que interceda ante nuestro Señor para que este año que comienza tenga muchos y muy buenos propósitos, pero que sobre todo tenga muchas “últimas piedras” y que la mejor “última piedra” sea la de vivir al final de este año que comienza como buenos cristianos que amemos a Dios con todo nuestro corazón, con toda nuestra alma y con todas nuestras fuerzas, y que amemos al prójimo como a nosotros mismos.

sábado, 25 de diciembre de 2010

Reflexion de evangelio del domingo: La sagrada Familia

 EL AMOR ES EL CEÑIDOR DE LA FAMILIA SANTA

Por Gabriel González del Estal
1.- Referido a la Sagrada Familia esto aparece de forma evidente. Si San José no hubiera actuado por amor y con amor, habría repudiado a María antes de que el ángel le hablara en sueños. El amor de José a María se manifestó en forma de respeto, porque la amaba; en actitud de comprensión y generosidad, porque la amaba; en renunciar a su primer impulso de vanidad y orgullo herido, porque la amaba. El amor de José a María se manifestó también en forma de obediencia a Dios y de aceptar lo que le decía el ángel, porque el ángel era enviado por Dios y él amaba a Dios y se fiaba de Dios. El amor de María a José se manifestó en el silencio recatado, en la actitud amorosa, en el don de la devoción y de la entrega. El amor de María a Dios se manifestó en la obediencia y la disponibilidad, en medio de la ignorancia y del asombro. El amor de José a María y de María a José y el amor de José y María a Dios fue el ceñidor de la unión entre ambos; sin este amor el matrimonio de hubiera roto antes de haberse celebrado. Y el amor de los padres hacia el hijo y del hijo hacia los padres evitó una ruptura familiar temprana e irreparable. Porque el hijo les salió respondón y comenzó a ocuparse y preocuparse de las cosas de su Padre, sin previa consulta y aclaración ante los afligidos padres que le buscaban. Sí, fue el amor el auténtico ceñidor da la Sagrada Familia y ¡qué familia! Las familias actuales, nuestras familias, sólo se mantendrán unidas mientras vivan unidas por el amor. Si les falta el amor, a nuestras familias todo lo demás no les sirve de nada. El amor mutuo, claro, porque la familia es cosa de dos, o de más de dos, y si el amor no es mutuo la cuerda, la relación, se rompe. Desde siempre, los seres humanos hemos nacido y seguimos naciendo dentro de una familia; lo que está en crisis no es tanto la familia, sino la indisolubilidad de la familia. Para que una familia dure hace falta mucho amor, mucho amor mutuo, mucha capacidad de perdón, de generosidad y de entrega mutua, es decir, mucho amor cristiano. ¡Que el ejemplo de la Sagrada Familia anime a todas nuestras familias a construir su edificio familiar sobre el amor cristiano!
2.- Levántate, coge al niño y a su madre y huye a Egipto. La vida de la Sagrada Familia no fue una vida fácil, ni antes de tener que huir a Egipto, ni durante el tiempo que vivieron en Egipto, ni después de volver de Egipto. La Sagrada Familia fue una familia emigrante. La emigración no es un fenómeno moderno, pero sí es un fenómeno que va en aumento, porque los medios de comunicación son hoy más variados y fáciles de conseguir que antes, y porque la distancia económica y social entre los países más ricos y los países más pobres es abismal. Los cristianos tenemos que ser comprensivos y generosos con los emigrantes, ayudándoles en lo que podamos y como mejor podamos. La vida de los emigrantes, sobre todo en los primeros tiempos, es muy dura, y difícilmente podrán salir adelante sin la ayuda y la comprensión de los ciudadanos del país receptor. Con todo el mundo, pero sobre todo con los emigrantes, practiquemos las virtudes que San Pablo, en la lectura de este domingo, recomienda a los Colosenses: misericordia entrañable, bondad, humildad, dulzura, comprensión… y, por encima de todo esto, el amor, que es el ceñidor de la unidad consumada.

martes, 21 de diciembre de 2010

Bendición de la cena de Navidad



En el centro de la mesa se colocará un cirio apagado. Todos los miembros de la familia, de pie, se reúnen alrededor de la mesa.
Santiguándose, dicen: El Padre y el Hijo y el Espíritu Santo sean glorificados en todo tiempo y en todo lugar por la inmaculada Virgen María. Amén
La madre de familia dice:
Hoy nos encontramos reunidos celebrando el Nacimiento del Señor Jesús, que nació de la Virgen María. Dios, como muestra de su inmenso amor, envió a su Hijo para que la comunión perdida por el pecado fuera restablecida. Él nos congrega esta noche y, unidos de la misma manera que la familia de Nazaret, nos muestra que nuestra espera no ha sido en vano.

Uno de los hijos lee:
«Había en la misma comarca unos pastores, que dormían al raso y vigilaban por turno durante la noche su rebaño. Se les presentó el ángel del Señor, y la gloria del Señor los envolvió en su luz; y se llenaron de temor. El ángel les dijo: “No teman, pues les anuncio una gran alegría, que lo será para todo el pueblo: les ha nacido hoy, en la ciudad de David, un Salvador, que es el Cristo y Señor; y esto les servirá de señal: encontrarán a un niño envuelto en pañales y acostado en un pesebre”. Y de pronto se juntó con el ángel una multitud del ejército celestial, que alababa a Dios, diciendo: “Gloria a Dios en las alturas y en la tierra paz a los hombres en quienes Él se complace”» (Lc 2, 8-14).

Y todos responden:

Gloria a ti, Señor Jesús, que hoy haz nacido de la Virgen María.
Uno de los hijos enciende el cirio colocado en medio de la mesa.

Para finalizar, el padre de familia reza la siguiente oración de bendición:
Oremos.
Dios Padre, que nos enviaste a tu Hijo muy amado, derrama tu bendición sobre estos alimentos y también sobre los miembros de este hogar, para que así, como ahora acogemos, gozosos, a tu Hijo reconciliador, lo recibamos también confiados cuando vengas al fin de los tiempos. Por Jesucristo, nuestro Señor.
Todos responden: Amén.


domingo, 19 de diciembre de 2010

Reflexion del Evangelio del IV Domingo de Adviento: LA JUSTICIA MISERICORDIOSA DE JOSÉ

Por Gabriel González del Estal
1.- José, su esposo, que era justo y no quería denunciarla, decidió repudiarla en secreto. Sabemos que en el lenguaje bíblico decir de una persona que “es justo” es lo mismo que decir que “es bueno”, “es santo”. Y en la religión judía era justo el que cumplía la Ley con fidelidad y devoción. Pues bien, aquí es donde yo veo la grandeza del alma evangélica de José. José conocía la ley de Moisés según la cual “si una joven virgen está prometida a un hombre y otro hombre la encuentra en la ciudad y se acuesta con ella los sacaréis a los dos a la puerta de esa ciudad y los apedrearéis hasta que mueran” (Dt 22, 23). María estaba prometida con José, pero aún no habían comenzado a vivir juntos; si José denunciaba a María por estar embarazada antes de vivir con él, el castigo a María podía ser la lapidación. Así lo decía la ley de Moisés. José conocía a María, José conocía esta ley, José era un hombre justo. ¿Cómo debía actuar, cómo debía demostrar su justicia? El comportamiento de José me lleva inmediatamente a pensar en el comportamiento de su hijo, Jesús, cuando le presentaron a la mujer adúltera y le preguntaron “¿Tú qué dices? (Jn 8). Ya sé que se trata de dos casos muy distintos, pero la respuesta de Jesús puede ayudarnos a entender el sentido que José daba a la palabra “justicia”. Jesús conocía tan bien como los fariseos lo que Moisés había mandado en la Ley para estos casos; por eso, la respuesta de Jesús es sorprendente e inesperada para los fariseos: “Aquel de vosotros que esté sin pecado que le arroje la primera piedra”. La justicia de Jesús, como, en este nuestro caso, la de José, fue una justicia misericordiosa, una justicia basada no en la Ley de Moisés, sino en la ley del mandamiento del amor a Dios y al prójimo. ¿Es así nuestra justicia? De la respuesta que demos, podremos deducir cuál es nuestra bondad evangélica, nuestra santidad.
2.- Dará a luz un hijo, y tú le pondrás por nombre Jesús, porque él salvará a su pueblo de los pecados. Jesús, el niño que va a nacer de María, no vendrá a juzgar y condenar, no será esa su finalidad primera, vendrá en primer lugar a salvar, a perdonar los pecados del pueblo. No porque, legalmente, el pueblo mereciera el perdón, sino porque el niño que va a nacer viene enviado por un Padre misericordioso, porque viene, él mismo, como juez misericordioso. Tenemos que aprender los cristianos a ser jueces misericordiosos, según la justicia del evangelio, es decir, según la justicia de Jesucristo, según la justicia de Dios. Nuestra pobre justicia legal es, muchas veces, una justicia inmisericorde, una justicia antievangélica. Está bien que los jueces, en los tribunales civiles, apliquen la justicia legal; nosotros, los cristianos, en el tribunal de nuestra conciencia y en nuestro comportamiento ordinario, debemos aplicar siempre la justicia misericordiosa, la justicia evangélica, la justicia de José, la justicia de Dios.
3.- Le pondrá por nombre Emmanuel que significa: “Dios con nosotros”. La preparación propia del Adviento debe consistir en eso: en hacer posible que Dios, el Niño que va a nacer, pueda quedarse a vivir con nosotros. Que no le echemos de la tierra, que no le matemos y le crucifiquemos nosotros, con nuestros comportamientos mezquinos y antievangélicos. ¡Que José, el patriarca San José, nos enseñe a convivir, en paz y justicia, con María y el Niño!

domingo, 12 de diciembre de 2010

Reflexion del Evangelio del III Domingo de Adviento

Hoy es el tercer domingo de Adviento o domingo del Gaudete.
Cuando nos acercamos a la celebración del Nacimiento de Jesús, la palabra de Dios nos estará recordando cómo las profecías han sido ya cumplidas; que estamos en lo que los teólogos llaman el "ya, pero todavía no".
Con el domingo del "Gaudete" recordamos que la vida del Reino, es ya una realidad, a pesar de que ésta no se puede vivir aun en plenitud. La profecía del Rey que gobernaría a todo el pueblo de Dios se ha cumplido en nuestro Señor Jesucristo, él es nuestro Dios y Señor. Sin embargo, en este: "ya pero todavía no", vemos con tristeza como, aun hoy en día después de casi 2000 años del Nacimiento de Cristo, no todos lo han aceptado como Señor, e incluso como algunos de los que lo hemos aceptado aun no hemos dejado que verdaderamente "reine" y dirija todas las áreas de nuestra vida.
Busquemos en nuestra preparación a la celebración de la Navidad, que Jesús tenga más dominio de nuestra vida, que cada día sea más un "ya", y menos un "todavía no".

Oración a la Virgen de Guadalupe Juan Pablo II

¡Oh Virgen Inmaculada, Madre del verdadero Dios y Madre de la Iglesia! Tú, que desde este lu gar manifiestas tu clemencia y tu compasión a to dos los que solicitan tu amparo; escucha la ora ción que con filial confianza te dirigimos y presén tala ante tu Hijo Jesús, único Redentor nuestro.

Madre de misericordia, Maestra del sacrificio escondido y silencioso, a ti, que sales al encuentro de nosotros, los pecadores, te consagramos en este día todo nuestro ser y todo nuestro amor. Te consagramos también nuestra vida, nuestros tra bajos, nuestras alegrías, nuestras enfermedades y nuestros dolores.

Da la paz, la justicia y la prosperidad a nuestros pueblos; ya que todo lo que tenemos y somos lo ponemos bajo tu cuidado, Señora y Madre nuestra.

Queremos ser totalmente tuyos y recorrer con tigo el camino de una plena fidelidad a Jesucristo en su Iglesia: no nos sueltes de tu mano amorosa.

Virgen de Guadalupe, Madre de las Américas, te pedimos por todos los Obispos, para que con­duzcan a los fieles por senderos de intensa vida cristiana, de amor y de humilde servicio a Dios y a las almas.

Contempla esta inmensa mies, e intercede para que el Señor infunda hambre de santidad en todo el Pueblo de Dios, y otorga abundantes vocacio nes de sacerdotes y religiosos, fuertes en la fe, y celosos dispensadores de los misterios de Dios.

Concede a nuestros hogares la gracia de amar y de respetar la vida que comienza, con el mismo amor con el que concebiste en tu seno la vida del Hijo de Dios. Virgen Santa María, Madre del Amor Hermoso, protege a nuestras familias, para que estén siempre muy unidas, y bendice la edu cación de nuestros hijos.

Esperanza nuestra, míranos con compasión, enséñanos a ir continuamente a Jesús y, si cae mos, ayúdanos a levantarnos, a volver a él, me diante la confesión de nuestras culpas y pecados en el Sacramento de la Penitencia, que trae so siego al alma.

Te suplicamos, que nos concedas un amor muy grande a todos los santos Sacramentos, que son como las huellas que tu Hijo nos dejó en la tierra.

Así, Madre Santísima, con la paz de Dios en la conciencia, con nuestros corazones libres de mal y de odios podremos llevar a todos la verdadera ale gría y la verdadera paz, que vienen de tu Hijo, nuestro Señor Jesucristo, que con Dios Padre y con el Espíritu Santo, vive y reina por los siglos de los siglos. Amén.

martes, 7 de diciembre de 2010

Adviento: La espera de la Esperanza

Adviento, este tiempo litúrgico que antecede a la espera de la Navidad, es - más que un tiempo litúrgico - una actitud de vida y un compromiso personal y comunitario del creyente y de los que en Iglesia creemos en el Evangelio de Jesucristo y de un mundo en el que lo divino nazca, aparezca y se manifieste en lo más humano y cotidiano de nuestra historia presente.

De esta esperanza que no se agota en el día a día, de la esperanza que anima todos nuestros instantes, de la esperanza infinita y sin condiciones, de la esperanza que no pasa y no muere, de la esperanza que nos abre al más allá de esta intrahistoria limitada, de la esperanza que vence toda forma de mal, de dolor y de muerte nos habla la liturgia en este tiempo de Adviento.

Hoy más que nunca urge vivir el espíritu del Adviento. Nos circundan por todas partes manifestaciones de crisis: crisis del espíritu humano, crisis de logros que otrora soñó la humanidad, crisis de confianza en lo que puede el hombre y sus instituciones, hay crisis de confianza en los gobiernos, en los regímenes, en los modelos políticos y económicos, hay desconfianza entre los pueblos y las naciones, hay incredulidad en los líderes espirituales, hay desilusión, hay desesperanza porque hay hambre y mil formas de inequidad, de injusticia, de violencia y de muerte. Hay un sentir colectivo según el cual nuestro presente es de no-futuro. Hay incertidumbre, hay pérdida del sentido de la vida, hay angustia, vivimos tiempos difíciles en todos los ámbitos del quehacer humano y sin embargo, la liturgia católica, en este tiempo de Adviento nos invita, una vez más, a la espera de la Esperanza, al compromiso y construcción de tiempos mejores...

Deseo a todos que este Adviento 2010 nos llene de esperanza, de un aliento siempre renovado para hacer posible nuestra Esperanza: el Evangelio de Jesucristo entre nosotros, vivido y anunciado por nosotros, para la construcción de un mundo mejor, más justo, más humano y con ello más según el querer de Dios

sábado, 4 de diciembre de 2010

Reflexion del Evangelio del II Domingo de Adviento: LA CONVERSIÓN COMO PROPÓSITO Y PROCESO

Por Gabriel González del Estal

1.- Convertirse es cambiar la mente y el corazón y, consecuentemente, la conducta. Es pensar distinto de cómo pensábamos, amar distintamente de cómo amábamos y comportarnos de una manera distinta de cómo nos comportábamos. Pero esto no se consigue en un momento y ya está. En un momento podemos tomar la decisión de convertirnos racional y afectivamente, y de comenzar a vivir de manera consecuente con nuestro propósito de conversión. Esto no es más que el inicio de la conversión, el punto de arranque; a partir de este momento comienza el camino de la conversión. Un camino que puede y debe durar durante toda la vida. Una conversión que no se prolongara más allá del momento de arranque y que no durara toda la vida no sería propiamente una conversión cristianamente ejemplar y paradigmática. Decimos que San Pablo y San Agustín y San Francisco y muchos más se convirtieron porque su propósito de conversión duró toda su vida. Aquí estamos sólo hablando de conversiones al Dios de Jesucristo, de conversiones cristianas. En este sentido se puede afirmar que conversiones iniciadas y no continuadas las ha habido con mucha frecuencia en la vida de muchas personas. Se necesita mucha gracia de Dios para iniciar la conversión, pero no se necesita menos gracia de Dios para recorrer el camino de conversión hasta el final. Es muy probable que la mayor parte de las personas que abren esta página de Betania sean personas que ya han tomado hace mucho tiempo el propósito de convertirse. En este segundo domingo de adviento es bueno que todos renovemos nuestro propósito de conversión. Y le pedimos a Dios que no nos abandone su gracia para que recorramos nuestro camino de conversión hasta el final de nuestra vida. Porque nunca hemos terminado de convertirnos, mientras vivimos.

2.- Sobre él se posará el espíritu del Señor. Jesús de Nazaret es el modelo único al que queremos seguir e imitar todos los cristianos. El profeta Isaías, varios siglos antes de Cristo, nos dice cómo actuará ese vástago del tronco de Jesé sobre el que se posará el espíritu del Señor. Los cristianos siempre hemos querido ver retratado en ese descendiente del tronco de David sobre el que se ha posado el espíritu del Señor a Cristo Jesús. Para nosotros, convertirse es acercarse cada vez más a este modelo. Convertirse es, por tanto, dejarse guiar por el “espíritu de prudencia y sabiduría, de consejo y valentía, de ciencia y temor del Señor”. El profeta Isaías nos propone una utopía maravillosa, según la cual los que se dejen guiar por el espíritu del Señor convivirán en una armonía de justicia y paz paradisíaca. Convivirán en armonía de justicia y paz: judíos y gentiles, ricos y pobres, sanos y enfermos, poderosos y débiles. Será un anticipo del verdadero y definitivo Reino de Dios. Hacia este reino de justicia y paz debemos caminar también hoy los cristianos, dejándonos poseer por el espíritu del Señor. Eso es vivir en espíritu de conversión, eso es vivir en espíritu de adviento.

3.- Dad el fruto que pide la conversión. Para poder entrar con buen pie en el reino de Dios que está cerca, el último y más grande de los profetas antes de Cristo, Juan el Bautista, predica la necesidad de la conversión. Se lo dice a la gente pobre y sencilla, y se lo dice, con más fuerza aún, a la gente rica y encumbrada de su tiempo. Nos lo dice también a cada uno de nosotros: si de verdad queremos convertirnos debemos preparar el camino del Señor, derribar los montes de soberbia y limpiar los senderos de mezquindades y bajas pasiones que no dejan al Señor entrar en nuestro propio corazón y en nuestra vida. Abramos al Señor de par en par las puertas del alma, convirtámonos al Señor. Este es el camino de adviento que debemos iniciar y recorrer en estas cuatro semanas que nos llevarán hasta la Navidad, un camino de purificación y esperanza, de justicia, de paz y de amor.

Oración al Sagrado Corazón de Jesús

Oración al Sagrado Corazón de Jesús para una grave necesidad (rezar por tres días). Oh Divino Jesús que dijiste: «Pedid y recibiréis; b...