Por Gabriel González del Estal
1.- José, su esposo, que era justo y no quería denunciarla, decidió repudiarla en secreto. Sabemos que en el lenguaje bíblico decir de una persona que “es justo” es lo mismo que decir que “es bueno”, “es santo”. Y en la religión judía era justo el que cumplía la Ley con fidelidad y devoción. Pues bien, aquí es donde yo veo la grandeza del alma evangélica de José. José conocía la ley de Moisés según la cual “si una joven virgen está prometida a un hombre y otro hombre la encuentra en la ciudad y se acuesta con ella los sacaréis a los dos a la puerta de esa ciudad y los apedrearéis hasta que mueran” (Dt 22, 23). María estaba prometida con José, pero aún no habían comenzado a vivir juntos; si José denunciaba a María por estar embarazada antes de vivir con él, el castigo a María podía ser la lapidación. Así lo decía la ley de Moisés. José conocía a María, José conocía esta ley, José era un hombre justo. ¿Cómo debía actuar, cómo debía demostrar su justicia? El comportamiento de José me lleva inmediatamente a pensar en el comportamiento de su hijo, Jesús, cuando le presentaron a la mujer adúltera y le preguntaron “¿Tú qué dices? (Jn 8). Ya sé que se trata de dos casos muy distintos, pero la respuesta de Jesús puede ayudarnos a entender el sentido que José daba a la palabra “justicia”. Jesús conocía tan bien como los fariseos lo que Moisés había mandado en la Ley para estos casos; por eso, la respuesta de Jesús es sorprendente e inesperada para los fariseos: “Aquel de vosotros que esté sin pecado que le arroje la primera piedra”. La justicia de Jesús, como, en este nuestro caso, la de José, fue una justicia misericordiosa, una justicia basada no en la Ley de Moisés, sino en la ley del mandamiento del amor a Dios y al prójimo. ¿Es así nuestra justicia? De la respuesta que demos, podremos deducir cuál es nuestra bondad evangélica, nuestra santidad.
2.- Dará a luz un hijo, y tú le pondrás por nombre Jesús, porque él salvará a su pueblo de los pecados. Jesús, el niño que va a nacer de María, no vendrá a juzgar y condenar, no será esa su finalidad primera, vendrá en primer lugar a salvar, a perdonar los pecados del pueblo. No porque, legalmente, el pueblo mereciera el perdón, sino porque el niño que va a nacer viene enviado por un Padre misericordioso, porque viene, él mismo, como juez misericordioso. Tenemos que aprender los cristianos a ser jueces misericordiosos, según la justicia del evangelio, es decir, según la justicia de Jesucristo, según la justicia de Dios. Nuestra pobre justicia legal es, muchas veces, una justicia inmisericorde, una justicia antievangélica. Está bien que los jueces, en los tribunales civiles, apliquen la justicia legal; nosotros, los cristianos, en el tribunal de nuestra conciencia y en nuestro comportamiento ordinario, debemos aplicar siempre la justicia misericordiosa, la justicia evangélica, la justicia de José, la justicia de Dios.
3.- Le pondrá por nombre Emmanuel que significa: “Dios con nosotros”. La preparación propia del Adviento debe consistir en eso: en hacer posible que Dios, el Niño que va a nacer, pueda quedarse a vivir con nosotros. Que no le echemos de la tierra, que no le matemos y le crucifiquemos nosotros, con nuestros comportamientos mezquinos y antievangélicos. ¡Que José, el patriarca San José, nos enseñe a convivir, en paz y justicia, con María y el Niño!
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