1.- Yo le pediré al Padre que os dé otro Defensor que esté siempre con vosotros, el Espíritu de la verdad. Cuando decimos que Cristo es nuestra verdad no nos referimos a la verdad científica física o química, sino a la verdad de nuestra vida, a la verdad de nuestro espíritu. Científicamente, nuestra condición de cristianos no nos hace más sabios que los no cristianos, ni mejor informados sobre el universo y las cosas. Pero el Espíritu de la verdad que habita en nosotros sí nos da un mayor y mejor conocimiento de Dios nuestro Padre. El cristiano que vive en Cristo y por Cristo vive unido al Padre y, aunque en esta vida de manera imperfecta, conoce la voluntad del Padre, sabe caminar y conducirse por el camino del Padre y actúa de acuerdo con la verdad del Padre. En este sentido, los cristianos decimos que Cristo es nuestra verdad. El mundo, en cuanto tal, “no ve, ni puede recibir el Espíritu de la verdad”, porque no camina por el camino de Cristo. Tampoco los cristianos, por el simple hecho de estar bautizados y llamarnos cristianos, poseemos el Espíritu de la verdad. La condición que nos pone el mismo Cristo para recibir su Espíritu es que le amemos y que guardemos sus mandamientos. El mandamiento de Cristo ya sabemos cuál es: amar a Dios y al prójimo sobre todas las cosas. Por desgracia, muchos de los que nos llamamos cristianos no amamos a Dios y al prójimo sobre todas las cosas, sino que amamos más al dinero, al poder, al éxito social, a los bienes materiales, a nosotros mismos. Amar a Dios y guardar los mandamientos de Cristo no es sólo, ni principalmente, decirlo de palabra, sino vivir como Cristo vivió, vivir guiados por el Espíritu de Cristo. Si vivimos guiados por el Espíritu de Cristo “el Padre nos amará y Cristo también nos amará y se revelará a nosotros”. Un bello mensaje del evangelio de este domingo, según san Juan.
2.- La ciudad se llenó de alegría. Nos dice el autor de los Hechos que la gente de la ciudad de Samaría “escuchaba con aprobación lo que decía Felipe”, el diácono, y que se llenó de alegría al ver los signos que hacía. Este es el objetivo que debemos tener todos los cristianos cuando anunciamos el evangelio con nuestras apalabras y con nuestros hechos. Hablamos para convencer a la gente de la verdad del evangelio que predicamos y para ayudarles con nuestras palabras y con nuestras obras a ser más buenos y felices. Si la gente que nos escucha no queda convencida de la verdad de lo que decimos y de la bondad de lo que hacemos no seguirá escuchándonos mucho tiempo. El mensaje del evangelio sólo producirá alegría en los que lo escuchan cuando estos vean que lo que decimos y lo que hacemos es bueno y beneficioso para ellos. Nosotros normalmente no podemos hacer milagros, ni curar enfermos, pero sí podemos ayudar a la gente a ser más feliz y a superar muchas dificultades internas y externas. Para esto debemos predicar un evangelio que sea de verdad <evangelio>, es decir, buena noticia para los que nos escuchan.
3.- Estad siempre prontos para dar razón de vuestra esperanza a todo el que os la pidiere. La razón de nuestra esperanza, de la que habla aquí el apóstol Pedro, es nuestra fe en Cristo resucitado. Sabemos que si acompañamos a Cristo en su vida tenemos derecho a esperar que también le acompañáramos en su muerte y resurrección. Este nuestra esperanza debe dar fuerza y firmaza a nuestra fe en la resurrección de Cristo. Como nos dice también San Pedro debemos hablar y actuar siempre “con mansedumbre y respeto y buena conciencia, para que en aquello mismo en que somos calumniados queden confundidos los que denigran nuestra buena conducta en Cristo”. Hoy, más que ayer, sabemos los cristianos que no todos los que nos vean y nos escuchen van a aceptar el mensaje de nuestra esperanza, sino que muchos nos denigrarán. Esto no debe desanimarnos, ni debilitar la firmeza de nuestra fe y de nuestra esperanza, porque, como también sigue diciéndonos el apóstol Pedro, “mejor es padecer haciendo el bien, si tal es la voluntad de Dios, que padecer haciendo el mal”.