Algunas razones por las que tenemos que confesarnos
1. Porque Jesús dio
a los Apóstoles el poder de perdonar los pecados. Esto es un dato y es la razón
definitiva: la más importante. En efecto, recién resucitado, es lo primero que
hace: "Reciban el Espíritu Santo. A los que les perdonen los pecados, les
quedarán perdonados, a los que no se los perdonen, les quedarán sin perdonar
" (Jn 20,22-23). Los únicos que han recibido este poder son los Apóstoles
y sus sucesores. Les dio este poder precisamente para que nos perdonen los
pecados a vos y a mí. Por tanto, cuando quieres que Dios te borre los pecados,
sabes a quien acudir, sabes quienes han recibido de Dios ese poder.
Es interesante
notar que Jesús vinculó la confesión con la resurrección (su victoria sobre la
muerte y el pecado), con el Espíritu Santo (necesario para actuar con poder) y
con los apóstoles (los primeros sacerdotes): el Espíritu Santo actúa a través
de los Apóstoles para realizar en las almas la victoria de Cristo sobre el
pecado y sobre la muerte.
2. Porque la
Sagrada Escritura lo manda explícitamente: "Confiesen mutuamente sus
pecados" (Sant 5,16). Esto es consecuencia de la razón anterior: te darás
cuenta que perdonar o retener presupone conocer los pecados y disposiciones del
penitente. Las condiciones del perdón las pone el ofendido, no el ofensor. Es
Dios quién perdona y tiene poder para establecer los medios para otorgar ese
perdón. De manera que no soy yo quien decide cómo conseguir el perdón, sino
Dios el que decidió (hace dos mil años de esto…) a quién tengo que acudir y qué
tengo que hacer para que me perdone. Entonces nos confesamos con un sacerdote
por obediencia a Cristo.
3. Porque en la
confesión te encuentras con Cristo. Esto debido a que es uno de los siete
Sacramentos instituidos por El mismo para darnos la gracia. Te confiesas con
Jesús, el sacerdote no es más que su representante. De hecho, la formula de la
absolución dice: "Yo te absuelvo de tus pecados" ¿Quien es ese «yo»?
No es el Padre Fulano -quien no tiene nada que perdonarte porque no le has
hecho nada-, sino Cristo. El sacerdote actúa en nombre y en la persona de Cristo.
Como sucede en la Misa cuando el sacerdote para consagrar el pan dice
"Esto es mi cuerpo", y ese pan se convierte en el cuerpo de Cristo
(ese «mi» lo dice Cristo), cuando te confiesas, el que está ahí escuchándote,
es Jesús. El sacerdote, no hace más que «prestarle» al Señor sus oídos, su voz
y sus gestos.
4. Porque en la
confesión te reconcilias con la Iglesia. Resulta que el pecado no sólo ofende a
Dios, sino también a la comunidad de la Iglesia: tiene una dimensión vertical
(ofensa a Dios) y otra horizontal (ofensa a los hermanos). La reconciliación
para ser completa debe alcanzar esas dos dimensiones. Precisamente el sacerdote
está ahí también en representación de la Iglesia, con quien también te
reconcilias por su intermedio. El aspecto comunitario del perdón exige la
presencia del sacerdote, sin él la reconciliación no sería «completa».
5. El perdón es
algo que «se recibe». Yo no soy el artífice del perdón de mis pecados: es Dios
quien los perdona. Como todo sacramento hay que recibirlo del ministro que lo
administra válidamente. A nadie se le ocurriría decir que se bautiza sólo ante
Dios… sino que acude a la iglesia a recibir el Bautismo. A nadie se le ocurre
decir que consagra el pan en su casa y se da de comulgar a sí mismo… Cuando se
trata de sacramentos, hay que recibirlos de quien corresponde: quien los puede
administrar válidamente.
6. Necesitamos
vivir en estado de gracia. Sabemos que el pecado mortal destruye la vida de la
gracia. Y la recuperamos en la confesión. Y tenemos que recuperarla rápido,
básicamente por tres motivos:
a) porque nos
podemos morir… y no creo que queramos morir en estado de pecado mortal… y
acabar en el infierno.
b) porque cuando
estamos en estado de pecado ninguna obra buena que hacemos es meritoria cara a
la vida eterna. Esto se debe a que el principio del mérito es la gracia: hacer
obras buenas en pecado mortal, es como hacer goles en “off-side”: no valen,
carecen de valor sobrenatural. Este aspecto hace relativamente urgente el
recuperar la gracia: si no queremos que nuestra vida esté vacía de mérito y que
lo bueno que hacemos sea inútil.
c) porque
necesitamos comulgar: Jesús nos dice que quien lo come tiene vida eterna y
quien no lo come, no la tiene. Pero, no te olvides que para comulgar
dignamente, debemos estar libres de pecado mortal. La advertencia de San Pablo
es para temblar: "quien coma el pan o beba el cáliz indignamente, será reo
del cuerpo y sangre del Señor. (…) Quien come y bebe sin discernir el cuerpo,
come y bebe su propia condenación" (1 Cor 11,27-28). Comulgar en pecado
mortal es un terrible sacrilegio: equivale a profanar la Sagrada Eucaristía, a
Cristo mismo.
7. Necesitamos
dejar el mal que hemos hecho.El reconocimiento de nuestros errores es el primer
paso de la conversión. Sólo quien reconoce que obró mal y pide perdón, puede
cambiar.
8. La confesión es
vital en la luchar para mejorar. Es un hecho que habitualmente una persona
después de confesarse se esfuerza por mejorar y no cometer pecados. A medida
que pasa el tiempo, va aflojando… se «acostumbra» a las cosas que hace mal, o
que no hace, y lucha menos por crecer. Una persona en estado de gracia -esta es
una experiencia universal- evita el pecado. La misma persona en pecado mortal
tiende a pecar más fácilmente.
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