viernes, 28 de septiembre de 2012

cuarta parte del tema: Los carismas según san Pablo


Algunas anotaciones
- Los carismas son dones que da el Espíritu.
De Él parte la iniciativa, de ese Espíritu que habla al espíritu de todo hombre y hace surgir en él –particularmente cuando vive desde la apertura- dones que no anulan la propia personalidad, sino que la potencia, la enriquece, la purifica, la desbloquea en sus capacidades…
Tienen origen trinitario. “Hay diversidad de carismas, pero el Espíritu es el mismo; diversidad de ministerios, pero el Señor es el mismo; diversidad de operaciones, pero es el mismo Dios que obra en todos”. (1 Co 12, 4-6)
Su origen último está en el Padre, y llevan (en la medida en que los vivimos adecuadamente) el sello de su generosidad.
Nos han sido dados a través de Cristo, aquél que está “en medio de vosotros como el que sirve”
Son dones del Espíritu Santo, que nos envía a la Misión, nos hace salir de nosotros mismos; y a la vez nos hace crecer en comunión
Esto ya da una pista para el discernimiento de carismas, que S. Pablo plantea en la carta a los Corintios: si viene del Espíritu, ha de concordar con el Evangelio, porque –como señalará el evangelio de S. Juan- se trata de ese Espíritu que, viene a recordarnos (hacer pasar por nuestro corazón, para que germine ahí) todo lo de Jesús. Y se verá en la vida.
Este origen trinitario implica ya ese sello de diversidad para la unidad. Nos habla de una unidad más amplia que las propias miras, capacidades… No nos une sólo lo que nos iguala, sino que nos une también lo diverso.
Esa unidad tiene que ver con el amor, con la mutua pertenencia (de nuevo la imagen del cuerpo, y la solidaridad entre los miembros del mismo). El hermano, el compañero, es mi hermano, de alguna manera sus dones se nos han dado a cuantos componemos el grupo. No tendría sentido, pues, verlos como en una rivalidad o competencia.
- Dones gratuitos
El mismo nombre de carismas viene de la misma raíz que la palabra gracia. Son un regalo, una riqueza que Dios hace surgir. No han de entenderse como un privilegio de unos pocos, o como un premio.
Eso implica una actitud de gratuidad, de sencillez en su recepción. Actitud que excluye engreimiento, ambición, envidia… (esas cosas sobre las que Pablo reconviene a los Corintios). Una actitud humildad. “En virtud de la gracia que me fue dada, os digo a todos y a cada uno de vosotros: No os estiméis en más de lo que conviene; tened más bien una sobria estima según la medida de la fe que otorgó Dios a cada cual” (Rom 12, 3)
Humildad que excluye la soberbia y también el apocamiento. Todos hemos recibido dones, y todos los dones son necesarios, tanto los más llamativos o “eficaces” como los más escondidos o aparentemente simples.
Una actitud también de generosidad. Los hemos recibido para ponerlos al servicio del grupo. Generosidad que implica tanto ese ponerlos en actividad al servicio del grupo como también saber recatarse en su despliegue cuando es preciso para el bien del grupo. (¿Qué ocurriría si determinados dones o carismas –para hablar y compartir, para aconsejar, o para liderar- se vivieran sin medida ni control, o sólo atentos a la “realización personal” del que los tiene?)
- Para provecho común (1 Co 12, 7): “para edificación del Cuerpo de Cristo, hasta que llegemos todos a la unidad de la fe y del conocimiento pleno del Hijo de Dios, al estado de hombre perfecto, a la madurez de la plenitud de Cristo” (Ef 4, 12-13)
Ésta es la clave fundamental. Los carismas que recibimos son para crecimiento del grupo. Somos cauce de bendición así para los demás[1]. Por eso han de vivirse –como antes se señalaba- desde esa actitud de servicio al grupo, no desde la búsqueda de autoafirmación o protagonismo, ni tampoco desde el cerrarse en uno mismo.
- “Aspirad a los carismas mejores (1 Co 12, 31).
Los carismas son dones, pero se cultivan. No se trata simplemente de esperar que “caigan del cielo”. La apertura al Espíritu, la profundización en la vivencia cristiana, la formación… son formas de cultivar eso que se nos ha regalado. El don también es tarea. (Como pasa en tantas realidades profundamente humanas: la amistad, por ejemplo)
Por otra parte, llamando a aspirar a los carismas mejores, S. Pablo indica que unos son más valiosos o necesarios. El criterio no va a ser lo llamativo de los carismas (como tendían a buscar los corintios), sino el servicio a la comunidad. Por eso, p. ej., Pablo –que hablaba también en lenguas- dice que es más conveniente la profecía –como palabra que ilumina a la comunidad- que el hablar en lenguas.
Pablo hace referencia a multitud de dones, de naturaleza muy distinta. Algunos son capacidades más o menos extraordinarias (hablar en lenguas, profecía, milagros, sabiduría, curar…). Otros se identificarán con funciones (servicio –diaconía-, gobierno, enseñanza, discernimiento –que también es capacidad-). Y algunos son actitudes: fe, misericordia…
Y el camino mejor, el que da la clave de estos carismas, es el amor (1 Cor 13). Lógico, pues son dones que hace surgir el Espíritu, que es Espíritu de amor.
Si falta el amor, los carismas se malogran, por fuertes que parezcan. Se vacían, como ese metal que sólo resuena y aturde. (1 Cor 13,1). Capacidades, acciones, actitudes… se vacían, si no están arraigados y crecen desde el amor. Amor que está en la fuente del servicio, de la misericordia… De los carismas[2]. Amor que no se reduce a sentimiento, sino que se vive en actitudes, en opciones (creer, esperar, tener paciencia…)
- Carismas para la armonía No es un Dios de confusión, sino de paz… hágase todo con decoro y orden” (1 Co 14, 33.40).
A veces identificamos el Espíritu y su acción como algo exento de cauces, normas… S. Pablo en 1 Cor 14 puede invitar a otra mirada. Ciertamente, “la letra mata, el Espíritu da vida” y “donde está el Espíritu, allí hay libertad”: no son las normas, reglamentos… el apoyo seguro de la vida, sino Dios, su experiencia de amor, la fe en él. Y hay que tener cuidado para que normas, reglamentos, instituciones… no ahoguen el espíritu, no ahoguen la vida.
Pero eso no significa que la experiencia del Espíritu, y sus carismas, sean una especie de “cheque en blanco” para “ir por libre”. Precisamente porque son obra de ese Espíritu que nos hace crecer hacia la unidad, que hace surgir la comunión, de ese Espíritu de amor que es fuente de armonía, los carismas se han de vivir con orden: ordenados al bien de la comunidad. De hecho, S. Pablo no duda en dar unas reglas llamativamente estrictas sobre cómo han de obrar en Corinto con el hablar en lenguas, la profecía…
En ese sentido, podemos decir que parte de ese “cultivar” los carismas pasa por ordenarlos de forma armoniosa. Para que estén al servicio del grupo, y para que maduren, y con ellos madure la persona que los tiene. Incluso cuando eso implica “podar” la actividad que nace de un carisma.
E incumbe particularmente al animador cuidar estos aspectos: descubrir y ayudar a crecer los carismas de las personas que están en el grupo, lo que a veces significa despertarlos (también hay carismas que se descubren desde una petición, una llamada que alguien nos hace), y ayudar a que se desarrollen de forma armoniosa, de forma que haya espacio para todos. (No ocurra que, por ejemplo, la sobreabundancia de unos cohíba o silencie a otros…). Ser animador es un carisma para servir al grupo, ayudando a que crezcan en él los carismas de cada uno (desde los más sencillos y gratuitos hasta los más extraordinarios o eficaces) para bien de todos.

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