"No apaguéis el
Espíritu. No despreciéis las profecías. Examinad todo y quedaos con lo que es
bueno. Abstenéos de todo mal." (1 Ts 5, 19-22) Pablo enseña constantemente
que Dios actúa íntimamente y poderosamente en sus hijos, dándoles los dones
necesarios para la misión. Minimizar la necesidad de los dones es también una
forma de poner al hombre como un falso protagonista de la edificación de la
Iglesia, usurpando el lugar de Dios y relegándolo a un cielo que estaría
distanciado de la tierra.
1 Corintios, 12 – 14
Efesios, 3, 7; 4,7-13
Romanos, 12, 3-13
Al acercarnos a lo que
dice S. Pablo sobre los carismas, llama la atención que estos tres textos (los
que más extensamente hablan de ellos) coinciden en varias cosas:
- afirmar el carácter de
don, de algo recibido gratuitamente
- señalar que la
diversidad de carismas está al servicio de la unidad, y de la construcción de
la comunidad cristiana
- utilizar la imagen del
cuerpo.
Nos habla de una unidad
viva, y que es más que la suma de sus partes. Una unidad en la que cada miembro
se realiza viviendo para el todo. Una unidad, en definitiva, realizada por el
Espíritu que anima ese cuerpo. Porque esta imagen del cuerpo alude en
definitiva al Cuerpo de Cristo. La comunidad cristiana –y el grupo de oración,
por tanto- forma ese Cuerpo, animado por el Espíritu Santo –el Espíritu de
Jesús- para hacer presentes sus gestos, su palabra, su vida.
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