José, muchacho de quince años, era obrero electricista. Toda su ilusión era hacerse obrero especialista en electricidad, y además ser hombre de provecho. Trabajaba en un taller, pero ¡qué distinto era el ambiente donde él trabajaba con relación al que había tenido cuando estudiaba en el Patronato!
A pesar de sus solos quince años no era un muchacho que se acobardaba; al contrario, era prudente, pero decidido, audaz. Muy cerca de él trabajaba otro muchacho, Román, joven de veinte años. Tipo chulo, engreído, insultaba a todos y con todos se metía, pero especialmente lo hacía con José. Sabía que éste era un muchacho formal, recto y cristiano. Siempre que encontraba ocasión le hería con palabras mordaces. José comprendía que Rornán más que un par de bofetadas necesitaba amor y educación. Por eso le aguantaba sus pullas.
Un día, Román lanzó una blasfemia contra Dios por algo que le había salido mal y porque además estaba José delante y podía molestarle. Pero nada más pronunciar Román la blasfemia, José le dio una bofetada; se enzarzaron a puñetazos. Al fin los separaron. Se enteró el director de la empresa de lo ocurrido y llamó a los jóvenes a su despacho. Cuando subían al despacho del director José pensaba que si declaraba que la riña había sido por causa de una blasfemia dicha por Román éste sería despedido de la empresa o se le impondría un fuerte castigo. Y Román tenía madre viuda, a quien él sostenía con su jornal. Y José formó el propósito de callar para no perjudicar a su compañero.
El director era un hombre enérgico y recto. Les afeó su conducta y les preguntó: "¿Quién empezó?". José guardó silencio. Román entonces se atrevió a decir: "Me pegó en la cara y no pude tolerarle". El director juzgó, por el silencio de José, que éste era el culpable.
Cuando José salía del taller le llamó aparte el encargado y le dijo: "Estás tres días suspendido de trabajo y sueldo."
Cuando al día siguiente Román llegó al taller y vio el puesto de José vacío se dio cuenta de su mal comportamiento y reconoció que José era un valiente en salir en defensa del honor de Dios. Comprendió que, de haber hablado José, el despedido hubiera sido él. Román tenía remordimientos. Fue donde el encargado y le preguntó qué castigo le había impuesto a José. El encargado le dijo que estaba suspendido tres días sin trabajo.
Cumplido el castigo, Román esperaba en la puerta del taller. Cuando vio venir a José a reintegrarse a su puesto se le adelantó y, entre avergonzado y conmovido, le pidió perdón. José quedó emocionado ante la sinceridad y humildad de Román, le dio la mano y apretándola con fuerza dijo: "No pienses en aquello. Todo está olvidado."
Román siempre recordó aquella sublime lección de aquel muchacho tan valiente de quince años. Desde entonces jamás volvió a blasfemar y fue para él un buen compañero.
Explicación Doctrinal:
El segundo mandamiento de la Ley de Dios es: "No tomarás el nombre de Dios en vano." Dios es nuestro Creador, nuestro Dueño y Señor. A Él debemos amor, reverencia y respeto.
Si las personas nos exigen que las tratemos con el debido respeto, con muchísima más razón nos exige Dios que su nombre sea pronunciado con respeto. Hay muchas personas que de su boca salen alabanzas al Señor. Su boca se parece a un panal de miel en honor de Dios. Sin embargo, hay otras muchas personas que toman el nombre de Dios sin la debida reverencia.
Pero lo más horrendo del hombre es que, su lengua la use para injuriar y blasfemar el santo nombre de Dios. La blasfemia es un horrendo pecado mortal. También es blasfemar el decir palabras injuriosas graves contra la Virgen y los Santos.
El segundo mandamiento trata también del juramento. Jurar es poner a Dios por testigo de lo que decimos y prometemos.
Cuando juramos con verdad y necesidad, el juramento es bueno Pero jurar con mentira es pecado mortal. Por que es poner a Dios por testigo de nuestra mentira. Jurar con justicia es también poner a Dios por testigo de que se cumplirá lo prometido en una cosa buena.
Norma de Conducta:
Cuando oiga una blasfemia, reprenderé con dulzura al blasfemo.
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