Érase una vez un hombre
tan piadoso que hasta los ángeles se alegraban viéndolo. Su santidad consistía
en que no tenía en cuenta el pasado de los demás, sino que tomaba a todo el
mundo tal como era en ese momento, fijándose, por encima de la apariencia de
cada persona, en lo más profundo de su ser.
Un día le dijo un ángel:
Dios me ha enviado a ti. Pide lo que desees, y te será concedido. ¿Deseas, tal
vez, tener el don de curar?
- No -respondió el
hombre-, preferiría que fuera el propio Dios quien lo hiciera.
- Entonces, ¿qué es lo
que deseas?- preguntó el ángel.
- La gracia de Dios
-respondió él-. Teniendo eso, no deseo tener nada más.
- No -le dijo el ángel-.
Tienes que pedir algún milagro; de lo contrario, se te concederá cualquiera de
ellos, no sé cual...
- Está bien; si es así,
pediré lo siguiente: deseo que se realice el bien a través de mí sin que yo me
dé cuenta.
A. de Mello.
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