Algunas anotaciones
- Los carismas son dones que da el Espíritu.
De Él parte la iniciativa, de ese Espíritu
que habla al espíritu de todo hombre y hace surgir en él –particularmente
cuando vive desde la apertura- dones que no anulan la propia personalidad, sino
que la potencia, la enriquece, la purifica, la desbloquea en sus capacidades…
Tienen origen trinitario. “Hay diversidad
de carismas, pero el Espíritu es el mismo; diversidad de ministerios, pero el
Señor es el mismo; diversidad de operaciones, pero es el mismo Dios que obra en
todos”. (1 Co 12, 4-6)
Su origen último está en el Padre, y llevan
(en la medida en que los vivimos adecuadamente) el sello de su generosidad.
Nos han sido dados a través de Cristo, aquél
que está “en medio de vosotros como el que sirve”
Son dones del Espíritu Santo, que nos envía a
la Misión, nos hace salir de nosotros mismos; y a la vez nos hace crecer en
comunión
Esto ya da una pista para el discernimiento
de carismas, que S. Pablo plantea en la carta a los Corintios: si viene del
Espíritu, ha de concordar con el Evangelio, porque –como señalará el evangelio
de S. Juan- se trata de ese Espíritu que, viene a recordarnos (hacer pasar por
nuestro corazón, para que germine ahí) todo lo de Jesús. Y se verá en la vida.
Este origen trinitario implica ya ese sello
de diversidad para la unidad. Nos habla de una unidad más amplia que las
propias miras, capacidades… No nos une sólo lo que nos iguala, sino que nos une
también lo diverso.
Esa unidad tiene que ver con el amor, con la
mutua pertenencia (de nuevo la imagen del cuerpo, y la solidaridad entre los
miembros del mismo). El hermano, el compañero, es mi hermano, de alguna
manera sus dones se nos han dado a cuantos componemos el grupo. No tendría
sentido, pues, verlos como en una rivalidad o competencia.
-
Dones gratuitos
El
mismo nombre de carismas viene de la misma raíz que la palabra gracia. Son un
regalo, una riqueza que Dios hace surgir. No han de entenderse como un
privilegio de unos pocos, o como un premio.
Eso
implica una actitud de gratuidad, de sencillez en su recepción. Actitud que
excluye engreimiento, ambición, envidia… (esas cosas sobre las que Pablo
reconviene a los Corintios). Una actitud humildad. “En virtud de la
gracia que me fue dada, os digo a todos y a cada uno de vosotros: No os
estiméis en más de lo que conviene; tened más bien una sobria estima según la
medida de la fe que otorgó Dios a cada cual” (Rom
12, 3)
Humildad
que excluye la soberbia y también el apocamiento. Todos hemos recibido
dones, y todos los dones son necesarios, tanto los más llamativos o
“eficaces” como los más escondidos o aparentemente simples.
Una
actitud también de generosidad. Los hemos recibido para ponerlos al servicio
del grupo. Generosidad que implica tanto ese ponerlos en actividad al servicio
del grupo como también saber recatarse en su despliegue cuando es preciso para
el bien del grupo. (¿Qué ocurriría si determinados dones o carismas –para
hablar y compartir, para aconsejar, o para liderar- se vivieran sin medida ni
control, o sólo atentos a la “realización personal” del que los tiene?)
-
Para provecho común (1 Co 12, 7): “para
edificación del Cuerpo de Cristo, hasta que llegemos todos a la unidad de la fe
y del conocimiento pleno del Hijo de Dios, al estado de hombre perfecto, a la
madurez de la plenitud de Cristo” (Ef 4, 12-13)
Ésta es la clave fundamental. Los carismas
que recibimos son para crecimiento del grupo. Somos cauce de bendición así para
los demás[1].
Por eso han de vivirse –como antes se señalaba- desde esa actitud de servicio
al grupo, no desde la búsqueda de autoafirmación o protagonismo, ni tampoco
desde el cerrarse en uno mismo.
- “Aspirad a los carismas mejores”
(1 Co 12, 31).
Los carismas son dones, pero se cultivan. No
se trata simplemente de esperar que “caigan del cielo”. La apertura al
Espíritu, la profundización en la vivencia cristiana, la formación… son formas
de cultivar eso que se nos ha regalado. El don también es tarea. (Como pasa en
tantas realidades profundamente humanas: la amistad, por ejemplo)
Por otra parte, llamando a aspirar a los
carismas mejores, S. Pablo indica que unos son más valiosos o necesarios. El
criterio no va a ser lo llamativo de los carismas (como tendían a buscar los
corintios), sino el servicio a la comunidad. Por eso, p. ej., Pablo –que
hablaba también en lenguas- dice que es más conveniente la profecía –como
palabra que ilumina a la comunidad- que el hablar en lenguas.
Pablo hace referencia a multitud de dones, de
naturaleza muy distinta. Algunos son capacidades más o menos extraordinarias
(hablar en lenguas, profecía, milagros, sabiduría, curar…). Otros se
identificarán con funciones (servicio –diaconía-, gobierno, enseñanza,
discernimiento –que también es capacidad-). Y algunos son actitudes: fe,
misericordia…
Y el camino mejor, el que da la clave de
estos carismas, es el amor (1 Cor 13). Lógico, pues son dones que hace surgir
el Espíritu, que es Espíritu de amor.
Si falta el amor, los carismas se malogran,
por fuertes que parezcan. Se vacían, como ese metal que sólo resuena y aturde.
(1 Cor 13,1). Capacidades, acciones, actitudes… se vacían, si no están
arraigados y crecen desde el amor. Amor que está en la fuente del servicio, de
la misericordia… De los carismas[2].
Amor que no se reduce a sentimiento, sino que se vive en actitudes, en opciones
(creer, esperar, tener paciencia…)
- Carismas para la armonía “No es
un Dios de confusión, sino de paz… hágase todo con decoro y orden” (1 Co
14, 33.40).
A veces identificamos el Espíritu y su acción
como algo exento de cauces, normas… S. Pablo en 1 Cor 14 puede invitar a otra
mirada. Ciertamente, “la letra mata, el Espíritu da vida” y “donde
está el Espíritu, allí hay libertad”: no son las normas, reglamentos… el
apoyo seguro de la vida, sino Dios, su experiencia de amor, la fe en él. Y hay
que tener cuidado para que normas, reglamentos, instituciones… no ahoguen el
espíritu, no ahoguen la vida.
Pero eso no significa que la experiencia del
Espíritu, y sus carismas, sean una especie de “cheque en blanco” para “ir por
libre”. Precisamente porque son obra de ese Espíritu que nos hace crecer hacia
la unidad, que hace surgir la comunión, de ese Espíritu de amor que es fuente
de armonía, los carismas se han de vivir con orden: ordenados al bien de la
comunidad. De hecho, S. Pablo no duda en dar unas reglas llamativamente
estrictas sobre cómo han de obrar en Corinto con el hablar en lenguas, la
profecía…
En ese sentido, podemos decir que parte de
ese “cultivar” los carismas pasa por ordenarlos de forma armoniosa. Para que
estén al servicio del grupo, y para que maduren, y con ellos madure la persona
que los tiene. Incluso cuando eso implica “podar” la actividad que nace de un
carisma.
E incumbe particularmente al animador cuidar
estos aspectos: descubrir y ayudar a crecer los carismas de las personas que
están en el grupo, lo que a veces significa despertarlos (también hay
carismas que se descubren desde una petición, una llamada que alguien nos
hace), y ayudar a que se desarrollen de forma armoniosa, de forma que haya
espacio para todos. (No ocurra que, por ejemplo, la sobreabundancia de unos
cohíba o silencie a otros…). Ser animador es un carisma para servir al grupo,
ayudando a que crezcan en él los carismas de cada uno (desde los más sencillos
y gratuitos hasta los más extraordinarios o eficaces) para bien de todos.